(Parte 1 de 2)
Panamá pasó en un abrir y cerrar de ojos. Aunque estuvimos en el país casi cinco días, no pudimos ver sus bellezas ni conocer su gente. Ni siquiera probamos el arroz con guandú.
La frontera fue una más: larga, en un calor infernal. Nos hicieron ir de una ventanilla a otra, subir escaleras, bajar escaleras, pagar el seguro del carro en un chuzo ubicado entre un bar y el basurero. Mamados y acalorados, nos fuimos para la playa al son de la Murga de Panamá, porque Nate tenía que animar la fiesta. Las Lajas está en el Pacífico y la playa es ancha y francamente más bien sucia.
Nos encontrarnos con Guy, un francesillo de 75 años de edad y 20 de viajes y que sería nuestro compañero de contenedor. Explico: para cruzar de Panamá a Colombia con un carro, hay varias opciones. Una es el cargamento rodado o RoRo (roll on roll off, o transbordo), es decir, montar el carro en un barco con cubierta plana. Es más caro y uno tiene que entregarle las llaves a la empresa de transporte. Dicen que a veces se desaparecen cosas por dentro y fuera del vehículo. La otra opción es ponerlo en un contenedor ojalá compartido para que los gastos sean menores. Uno se queda con la llave y ve cerrar y abrir la caja en los dos puertos.
El cruce empezó con las vueltas para los papeles de salida de Cosmo. Llegamos a la inspección 15 minutos tarde porque había protesta de no sabemos qué. Y cayó aguacero, lo cual es importante mencionar porque resulta que cuando llueve, el inspector no sale a inspeccionar. Yo diría que eso nos salvó porque el man no iba a atendernos porque llegamos tarde, pero cuando le dije que siquiera por fin había escampado, dijo que bie’, que lo ejperara afuera pue’. La inspección duró menos de 5 minutos.
Mientras pasaban nuestros papeles de ese edificio al del frente, lo cual se demoraría cinco horas (literalmente), fuimos a conocer la esclusa de Miraflores del Canal de Panamá, la más antigua. Qué decir? Sí, bonita y admirable. Pero por $15 por persona? Voy a las esclusas de Ballard en Seattle, que son gratis.
Después de recoger la autorización de salida en la Dirección de Investigación Judicial, salimos hacia Colón, a una hora de Panamá. Por primera vez y por pura ignorancia pagamos una ‘mordida’. Resulta que hay dos peajes en la vía. En uno no nos cobraron nada. En el otro, la barrera después de la caseta estaba abajo. Nosotros listos con billetera en mano, no había nadie para cobrar. Resulta que el peaje es de cobro electrónico. Un fulano vino de otra caseta y nos preguntó que si teníamos saldo en la tarjeta. “¿Tarjeta?” “Deme ahí pal’ frejco entonc'” Le dimos un dólar. La barrera se abrió.
A Cosmo había que desmantelarlo de panel solar, ventilador y portaequipajes para que cupiera en el contenedor. Y había que empacar; estaríamos sin casa por lo menos una semana. Llegamos a La Granja a trabajar.
Mucha gente nos había dicho que Colón era más que peligroso. Que había pandillas que bajaban de los techos a robar. Que entre ellos se robaban. Estábamos esperando lo peor. Y no fue paraíso, pero la metida de Cosmo en el contenedor fue mucho más fácil de lo que imaginé. Nos encontramos con Boris, de Ever Logistics, y fuimos a la aduana. De ahí salimos para un parqueadero detrás de una bodega vacía. Sí, parecía negocio raro, pero todo era legal. Allá nos esperaba el camión con el contenedor y una grúa. Todo el proceso duró como dos horas.
Con Cosmo encajado, volvimos a Panamá. Y al otro día, en vuelo de las 11 a.m., salimos rumbo a Barranquilla.