Resulta que cruzar la frontera no fue tan fácil como pareció. Necesitábamos una tarjeta de turista para estar legalmente en México, pero no sabíamos porque nadie nos dijo cuando cruzamos. Entonces nuestra estadía con Angélica iba a ser más larga de lo planeado. Y eso estuvo bien. Habían tantas comidas deliciosas para cocinar y probar! Comimos maicitos, perros calientes mexicanos (sí, son diferentes) y cocos con salsa de ciruela. Hice pan suizo con Angélica y su hijo, Joel. También hicimos tortillas de maíz. Mientras horneábamos y cocinábamos, Benjamín se preparó para su primera clase de buceo.
Amelia probando el coco con salsa de ciruela y limón. Foto: Angélica
Desde que Benjamín supo que el mar existía, siempre ha estado interesado en él y en las criaturas del océano. Le encanta nadar. Me acuerdo que el sueña con que “cuando sea rico, voy a tener una casa de vidrio debajo del agua para siempre poder ver peces” o algo así. Iba a tener cuatro clases de buceo y en las dos últimas iba a bucear de verdad. Todos nosotros fuimos a la última. Mi mamá, Nate, Saul (el piloto de la lancha) y yo hicimos snorkel. Benji y su instructor, Daniel, fueron a bucear. Vimos peces lora, Doris la de Finding Nemo, un pez globo sin inflarse, montones de esculas de peces diferentes y unos peces azul oscuro con puntos brillantes como pequeños safiros.
El martes salimos. Todo tenía que estar empacado y en el van. Desayunamos, nos lavamos los dientes, organizamos las cosas y lo último que teníamos que hacer era despedirnos. Todos abrazamos a Angélica… algunos más de una vez… y caminamos hacia Cosmo. A mi mamá se le salieron las lágrimas. Angélica dijo que no iba a llorar. Pero sí lloró. Cosmo arrancó y nos fuimos.
El ferry hacia Mazatlán era nuestro siguiente destino. Ya habíamos arreglado lo de los papeles legales y comprado los pasajes. Cuando entramos al ferry, Nate y Cosmo se fueron por un lado diferente que Ben, mi mamá y yo. Después nos encontramos con Nate y fuimos a nuestro cuarto. Había dos camarotes. A los niños nos tocó la parte de arriba y los adultos, la de abajo. Esa noche comimos la comida “gourmet” del ferry, jugamos 21 con monedas mexicanas y conchas y vimos Ratatouie hasta que Nate la apagó porque todos estábamos dormidos.
Cuatro horas después, me desperté en un barco que se mecía como loco en lo que quedó del huracán Linda. Nate también estaba despierto y poco después Benjamín y mi mamá también se despertaron. Me pasé para la cama de mi mamá y Benjamín también quería, entonces mi mamá y Nate se acostaron en una y Ben y yo en otra. Nos acurrucamos hasta que nos quedamos dormidos. Se suponía que llegábamos a tierra al mediodía. Comimos un desayuno horrible. El barco todavía se estaba moviendo. Cuando corrimos al cuarto porque todos estábamos mareados y nos acostamos en los camarotes, oimos a un pobre hombre vomitando en el corredor. Todo empezó a oler como si el alcantarillado se hubiera roto… olía a vómito, popó y pipí cada que abríamos la puerta del baño. A todos nos dio diarrea, a unos más que a otros. Miserables.
Estos somos nosotros durante 24 horas.
Fuimos a ver una película mientras esperábamos a salir. Eran las 4 pm. Un señor de la limpieza nos dijo que era hora de irnos. Mi mamá vió que no había nadie, excepto nosotros y otra familia. Felices, nos levantamos y caminamos hacia el cuarto de máquinas y a la luz del interior de México.