Y llegamos. A la inmensa, la magnífica, la espectacular Patagonia. En realidad, la Patagonia chilena empieza en Puerto Montt pero a Benjamín se le pasó mencionar este detallito, entonces me toca a mi la dicha de hablar de él. Me tendré que disculpar: será un relato corto porque las palabras se quedan cortas para describir lo hermosa que es esta tierra.
No, no es perfecta. Es más y más vulnerable mientras más gente la visita y se viene a vivir aquí. Mientras estábamos en camino, leímos la noticia de que la marea roja mató miles de peces y otras criaturas alrededor de Chiloé… y que según algunos no fue marea roja sino veneno de las salmoneras. Y hemos visto los resultados de la excesiva explotación forestal y el sobre pastoreo. En todo caso sigue siendo un lugar increíble.
Si la entrada a Coyhaique fue de foto, la salida hacia Villa Cerro Castillo fue impresionante: llegó el otoño, mi amigo, el otoño. Las montañas recibieron un poco de nieve en las últimas dos o tres noches y los árboles son una explosión de color que no vemos en Seattle. Y el olor! Ese olor a hojas pudriéndose y a aire fresco tan distinto al del verano, tan melancólico.
De aquí en adelante la Carretera Austral está en construcción, cerrada de 1 a 6 p.m. todos los días. La están ampliando. Será de dos innecesarios carriles. Cómo va a cambiar el sur, dijo un chileno en Chaitén.
El lago General Carrera, el segundo más grande de Suramérica después del Titicaca, nos recibió con su azul intenso y el reflejo de picos enormes cubiertos de nieve. El clima no estaba como para navegar, entonces seguimos hacia el Parque Patagonia, por un camino bordeado por el río Baker, azul cremoso, sin represas, salvaje y LIBRE!!. Para donde miramos, todo era de foto.
Venir al Parque Patagonia era uno de los sueños de Nate en este viaje. Parque Patagonia es un esfuerzo de conservación de los Tompkins, ex-dueños/CEOs de Patagonia, The North Face y Esprit. Compraron un terreno inmenso de estepa andina para donarlo al gobierno de Chile cuando esté listo como parque nacional.
Dormimos en el campamento Casa de Piedra. Por primera vez amanecimos con hielo en el vidrio. Caminamos por un sendero que nos llevó por la estepa, al cañón del río Aviles y a las faldas de los picos nevados, y Nate navegó por el río Chacabuco en su packraft. El parque es increíble. Ese paisaje! Y ese silencio!
Con el sol brillando, regresamos a Puerto Tranquilo a conocer las Cavernas de Mármol con Helen y Kirsten, dos viajeras que llevan 13 años en ruta. Siquiera esperamos. Nos tocó un lago tranquilo, muy distinto a lo que normalmente es. Su nombre en tehuelche es Chelenko (aguas turbulentas).
De aquí decidimos hacer un pequeño desvío de 520 kilómetros para cumplir una cita que teníamos. Resulta que oímos que los pingüinos se van no sé para donde a partir del 30 de abril. Íbamos tarde. Llegamos a Puerto Deseado, en Argentina, y ahí en una playa los vimos: a uno solito parado en unas piedras, a otros tres o cuatro por ahí y como a ocho más muertos… Sí, llegamos un poquito tarde.
Al otro día fuimos a la reserva natural Cabo Blanco, y para nuestra sorpresa, mis amiguitos de cejas despelucadas estaban esperándonos. Vimos a más de 100 hermositos pingüinos de penacho amarillo, ahí parados, en grupos, dándole la cara al sol. Escalé una que otra roca para encontrarlos y me senté junto a ellos, pero guardando mi distancia. No se mueven mucho, a veces se estremecen y vuelven a su estado de quietud. Ese fue un día de National Geographic: vimos un armadillo, pájaros de varias clases, guanacos, choiques (ñandúes), y Nate y Amelia vieron delfines! Ver pingüinos era uno de mis sueños en este viaje.
Como la temperatura seguía bajando, habíamos pensado visitar otros dos o tres lugares en el norte de Patagonia y empezar a subir el continente. Pero Cosmo, con su necesidad constante de rodamientos nuevos, nos cambió de nuevo los planes y nos hizo ir al lugar que en parte inspiró este viaje, pero que pensamos no íbamos a visitar. Y allá estuvimos, al final del mundo, en la ciudad más austral del continente de América, en la hermosa Punta Arenas. En todo caso, Ushuaia no estaba en los planes originales, el clima frío la desvió completamente del camino y los comentarios de varios viajeros -“es demasiado lejos para nada”, “es un pueblo feo en realidad”- confirmó que Punta Arenas iba a ser nuestro punto final al sur.
Punta Arenas nos sorprendió con sus mansiones del siglo XIX al lado de casas de metal; su plaza bien mantenida; el cementerio que cuenta su historia de inmigrantes pasados y los taxistas adorados que cuentan una más reciente y que aparentemente incluye a montones de colombianos.
Para celebrar este significativo episodio de las Fantásticas Aventuras de los 4 de Tangletown (9 meses en ruta, 35.400 kilómetros), fuimos a comer a La Marmita y compartimos recuerdos de cada país que hemos visitado. Después manejamos hasta el final de la carretera, recogimos piedritas y conchas y metimos los pies en el agua del estrecho de Magallanes. Increíble haber llegado! Y lo mejor: el viaje no acaba aquí.
VIC, Y por fin “llegamos” al punto más extremo del Continente Sur. Léase bien LLEGAMOS…, porque después de éste fantástico, desmenuzado (que según la lengua española, significa: “dividir” en partes muy pequeñas un todo) y por lo demás, muy hermosamente descrito, documentado y fotografiado relato; presentado por el equipo de Tagletown:V/N/A/B; no nos queda otro remedio que expresar y repetir después de ésta nueva “entrega”, lo de siempre:
Reciban nuestra admiración y envidia por su capacidad de aguante, valentía, y disfrute de lo vivido.
Un abrazo y mil felicitaciones PapichuMamichu.